Lebrija está ubicada a tan sólo unos 15 minutos del Aeropuerto Internacional de Palonegro de Bucaramanga. A pesar de estar tan cerca de la urbe, el municipio emana un fuerte ambiente rural, campesino. La gente va de sombrero, botas de caucho, machete al cinto. Pululan los almacenes de insumos agropecuarios, las antiguas tiendas de abarrotes y los cafetines.
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El pueblo, pequeño, limpio, pacífico está organizado al viejo modo alrededor de una generosa plaza central dominada por la iglesia, la estación de policía, el colegio y el palacio municipal. En la plaza los mayores madrugan a tomar el tinto, la gente espera sus citas, hay juegos de dominó, venta de raspados con agua de colores endulzadas. A tan solo 30 minutos de la capital se siente como si se estuviera internado bien adentro del campo santandereano.
Las labores agropecuarias son la columna vertebral de la economía. Son célebres sus cultivos de cítricos, de guanábana, cacao, maracuyá, habichuela, los galpones de cría de pollos, el ganado… Pero nada como la piña. Cinco minutos en sus calles y ya entiendes por qué fue declarada la capital piñera de Colombia. Una piña es el escudo del municipio, hay esculturas de piñas en sus calles, piñas pintadas en las escaleras que llevan a los barrios altos, los almacenes, las empresas de transporte, las tiendas, las emisoras llevan dibujos de piñas, nombres o slogans como la piñerita o el piñal. Basta salir unos pocos kilómetros del casco urbano para contemplar en el horizonte las hectáreas y hectáreas del cultivo de esta fruta en las que se producen cerca de 150 toneladas de piña al año.
Ahora bien, exceptuando recetas que se ofrecen en tiempos de festividades y algunas artesanías inspiradas en este cultivo, no se hace otra cosa con la piña más que vender la fruta. No hay enlatados, ni conservas, salsas o algún tipo de producto procesado derivado de este insumo.
En cuanto a las técnicas de cultivo, la piña allí se trabaja igual que hace 30 años. Quizá los únicos cambios o adelantos provienen de la adopción de nuevos productos agroquímicos, pero nada más. Es en este contexto que surge y adquiere un especial valor la iniciativa “Jornaleando la fibra de piña”, impulsada por la Asociación de padres de familia de la Escuela Municipal de Artes de Lebrija, El Valle del Piñal. Ellos vienen trabajando en la producción de papel y telas a partir de los residuos que deja el cultivo de piña.
Esta experiencia de aplicación de ciencia, tecnología e innovación los ha hecho merecedores del premio A ciencia Cierta. Desarrollo local para transformar realidades (2020) de Minciencias.
Era el año 2013. Varias de las personas que hoy dan vida a la experiencia de fabricar papel a través de los desechos del cultivo de piña estaban metidos de cabeza en un proyecto de reconstrucción de la memoria histórica y protección de la identidad cultural del municipio de Lebrija. Iban de aquí para allá hablando con los abuelos de la comunidad, con historiadores, haciendo videos, pinturas, rescatando documentos antiguos, fotografías, escribiendo relatos acerca del origen de la comunidad, sus costumbres, sus mitos fundacionales y los momentos clave que contribuyeron a forjar la identidad del municipio. Se trataba de un proyecto que mezclaba un poco de historia, etnografía, escritura, museología, arqueología, en fin, todo aquello que sirviera para rescatar y preservar el patrimonio cultural e inmaterial de Lebrija.
El afán de rescatar la historia y la memoria del municipio obviamente los cruzó con el tema de la piña. De dónde había surgido esta empresa, quiénes habían sido los primeros cultivadores, por qué en el gobierno del presidente Guillermo Valencia se declaró a Lebrija capital piñera de Colombia, cuándo se empezó a celebrar la Feria de la piña, etc., etc. Estas preguntas por la historia también los llevó a tratar entender el presente de ese cultivo. Cuántas hectáreas se cultivan, cuántas familias y empleos produce, cómo se cultiva, cuáles son los retos y desafíos que enfrentan los productores hoy en día.
El estar inmersos en las labores de este proyecto cultural hizo que un día recibieran una invitación para asistir en Bucaramanga a un taller de cómo hacer papel reciclado. Lo organizaba un literato y gestor cultural (Henry Buitrago, a la derecha en la foto) y lo dictaba un artista plástico, experto y estudioso de la creación de papel a partir de fibras naturales (Armando Chicangana, a izquierda en la foto). Durante aquel taller escucharon al maestro Chicangana decir que era posible hacer papel de fibras naturales extraídas de las hojas de la piña. Y ahí se hizo la magia. Juntaron esta afirmación con todo conocimiento que habían acumulado al respecto del cultivo de piña en su municipio y se pusieron manos a la obra. Intentarían por ellos mismos hacer papel a partir de hojas de piña. Ya no se trataría de una investigación histórica o etnográfica, ahora enfilarían su interés hacia la ciencia, la técnica, para tratar de encontrar el proceso ideal para aprovechar los residuos que dejan los cultivos.
En sus investigaciones sobre las dinámicas del cultivo de la piña el equipo de la Asociación de padres de familia de la Escuela Municipal de Artes, El valle del Piñal, había descubierto un serio problema ambiental. Una vez cosechadas las piñas los productores tienen la costumbre de quemar los residuos del cultivo. La quema de tallos, hojas, cáscaras, es la manera más sencilla y económica de deshacerse de estos materiales derivados de la actividad agrícola. Estas quemas a cielo abierto buscan eliminar los restos de las cosechas anteriores y también limpiar y despejar la zona para la siguiente cosecha. Los productores también las realizan con el objetivo de liberar nutrientes para el siguiente ciclo de cultivo y eliminar algunas plagas. Estudios estiman que “la quema de biomasa, como madera, hojas, árboles y pastos —incluidos los residuos agrícolas—, produce 40 % del dióxido de carbono (CO2), 32 % del monóxido de carbono (CO), 20 % de la materia particulada o partículas de materia suspendidas (PM) y 50 % de los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP) emitidos al ambiente a escala mundial”. Desde la perspectiva de la salud pública estas prácticas tienen consecuencias preocupantes debido a que:
– El humo de las quemas agrícolas se libera a nivel —o muy cerca— del suelo en áreas generalmente pobladas, lo que conlleva una exposición a los contaminantes directa y elevada de la población aledaña.
– Estas quemas se realizan generalmente por etapas, en temporadas específicas del año, y pueden dar lugar a concentraciones muy elevadas de contaminantes.
– Son fuentes no puntuales de contaminantes atmosféricos y se realizan en áreas muy extensas, por lo que resulta difícil medir y regular este tipo de emisiones.
– Las condiciones de la combustión y los combustibles varían e incluyen la posible presencia de plaguicidas.
– Contribuyen al cambio climático, ya que entre los compuestos emitidos se encuentran gases de efecto invernadero y contaminantes climáticos de vida corta, como el carbono negro.
– En estos procesos de combustión incompletos se producen dioxinas, contaminantes altamente tóxicos y cancerígenos.
– La posibilidad de ofrecer una alternativa para el aprovechamiento de estos desechos ha sido uno de los principales estímulos para el grupo. Con este propósito fue que se pusieron manos a la obra y empezaron a hacer pruebas y ensayos para comprobar si era posible fabricar un papel de calidad con estos residuos.
A lo largo de siete años el equipo de “Jornaleando la fibra de piña” ha estado desarrollando y perfeccionando su técnica para la producción de papel a base de desechos de fibra de piña. Todos estos años han trabajado y experimentado por sí solos valiéndose de estudios, investigaciones, tesis de grado y literatura especializada. Algunas veces adaptando metodologías de la industria del cuero o de las telas. Así probaron distintos métodos en la etapa de recolección del material hasta desarrollar un procedimiento confiable que les dice en qué tiempo y estado de madurez los residuos de las hojas de piña son los óptimos.
En cuanto a la fase de descomposición de las hojas han experimentado con distintos tiempos y fórmulas de fermentación que hoy les permiten producir diferentes tipos de textura y resistencia en el papel que producen. También han logrado eliminar químicos contaminantes y minimizar el uso de agua. Y cuentan con un procedimiento de armado y secado del papel que hacen manualmente usando cernidores. La aspiración del equipo en todos estos años de experimentación fue siempre conseguir apoyo para potenciar estos conocimientos y llevarlos a un nivel más industrial y tecnificado. Pero en lugar de esperar a que apareciera un donante o un mecenas, nunca dejaron de experimentar y de acumular conocimientos. Durante 2021, el equipo de Jornaleando la fibra de piña se trazó los siguientes propósitos con apoyo de Minciencias:
– Erigir un centro de acopio y procesamiento de los desechos del cultivo de piña
– Adoptar maquinaria para dejar atrás el proceso artesanal y producir papel de una manera más tecnificada. Esto es, adquirir una máquina desfibriladora para obtener las fibras de las hojas de piña, un equipo conocido como ‘Pila Holandesa’ para realizar el macerado de la fibra, cernidores industriales para producir pliegos de papel (hasta ahora con el método artesanal sólo elaboraban hojas tamaño carta) , una prensa hidráulica para mejorar la compresión y la textura del papel y, finalmente, una prensa vertical para el secado de las hojas.
– Todo lo anterior con el fin de acercarse a un ideal que los mueve desde hace años: poder elaborar bolsas de papel para reemplazar el uso de bolsas de plástico en el municipio de Lebrija.
Armando Chicangana, uno de los padrinos tecnológicos designado por Minciencias para acompañar esta iniciativa, es artista plástico, docente universitario y ‘papelero’. Lleva más de 30 años investigando y experimentando con el uso de fibras naturales para la producción de papeles. Aunque los suyos son papeles muy especiales que en sí mismos son casi obras de arte, papeles ultrafinos como para consignar las palabras de un profeta, entiende muy bien el propósito y el alcance al que apunta la Asociación de padres de familia de la Escuela Municipal de Artes de Lebrija con su iniciativa Jornaleando la fibra de piña: ellos tienen la idea de crear alrededor del papel de piña casi que una marca-ciudad. Considero que es significativo porque transformar la cultura del uso del plástico, una de las intenciones últimas que ellos tienen, que no se use más plástico en la región, sino que todo eso se reemplace con bolsas hechas de papel de piña, hace muy significativo este proyecto. Y si la población, esa es una de las principales razones por la cual acepté ser padrino de este proyecto, se involucra y participa activamente en lo que ellos están proponiendo, entonces la cultura va a cambiar totalmente y pueden llegar a convertirse en un ejemplo no solamente para Colombia sino para el mundo entero.
Fotos y textos de Delio Aparicio, Delio es periodista y fotógrafo documental. La pregunta que guía su actividad es cómo lograr mensajes actuales y atractivos orientados a la educación, el cambio cultural o social.