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Abejas y café en la Sierra Nevada de Santa Marta

Por: Julio Barrera

Son las tres de la tarde. Estamos cansados y con hambre; desde la mañana viajamos desde Bogotá y, casi a punto de llegar, todavía subimos y bajamos entre las difíciles carreteras que dan acceso a la Sierra Nevada de Santa Marta. Vamos en un viejo y destartalado campero, guerrero de mil batallas, de llantas nuevas e insufrible amortiguación que conduce Edwin Traslaviña, nuestro anfitrión en estas tierras. Más arriba se encuentra en San Javier, en una vereda de Ciénaga, la comunidad de campesinos de la Asociación de Apicultores Conservacionista de la Sierra Nevada, Apisierra, ganadores de la quinta versión del concurso A Ciencia Cierta, Desarrollo Local para transformar realidades. Nos esperan con entusiasmo. La comunidad desea enseñarnos su experiencia como apicultores agroecológicos. Nosotros, representantes del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (Minciencias), estamos ansiosos por llegar y conocer sus historias de vida.

 Camino a la sierra

Horas atrás, mientras esperaba mi equipaje en el aeropuerto, conocí a mis compañeros de trabajo: Juan Carlos Ramos, delegado de Minciencias, quien funge cómo líder del encuentro local y Carlos Torrente, profesional de acompañamiento, asesor delegado para apoyar a la comunidad con temas legales y de planificación. Los tres somos un equipo. Nuestra tarea, más que llegar a dar cátedra y sentar las bases de un conocimiento consolidado, es diferente: aprender y apoyar los procesos que en la comunidad se han desarrollado en torno a la apropiación del conocimiento, posteriormente darlos a conocer para promoverlos.

En la salida del aeropuerto escuché un pitido proveniente de un pequeño automóvil del cual baja un hombre, no mayor de 40 años, quien sin presentarse nos dice:

Uy, yo creí que eran sólo dos. Bueno, ahí nos acomodamos. En el auto, junto a otras dos personas, nos metemos como mejor podemos, uno encima del otro.

En Ciénaga cambiamos de carro y subimos más cómodos para la Sierra, nos dice el hombre quien luego se presenta: se trata de Edwin Traslaviña, representante legal de Apisierra y líder de la comunidad.

Carretera a San Javier. Inicio de una travesía entre trochas inexpugnables

Apisierra es una asociación activa desde hace unos 15 años. Se trata de una comunidad de cultivadores de café que, gracias al conocimiento ancestral, aprovechan el aporte que las abejas hacen en la polinización de los cultivos de café y, además, extraen miel y sus derivados para comercializarlos posteriormente. Un proceso totalmente natural que además ayuda a la conservación del medio ambiente en la Sierra Nevada.

Aún cuando la información es clara, deseo saber más: ¿cuáles son los proyectos de la comunidad respecto a ese premio que han ganado con Minciencias? ¿Cuál es la importancia de esta experiencia en la región? ¿Cómo ha afectado la vida de los habitantes desde que iniciaron este camino productivo? Sin embargo, Edwin me dice que espere un poco, ya me contará más adelante.

No llevamos ni 10 minutos de recorrido y ya entiendo por qué tanto misterio respecto al camino a San Javier: esta es, sin lugar a dudas, la trocha más difícil que he conocido. Según Edwin, tardaremos de tres a cuatro horas en recorrer los escasos 30 kilómetros que separan Ciénaga de San Javier. Al final del recorrido habré de entender que uno de los grandes problemas que enfrentan las comunidades a lo largo y ancho de nuestro país, son las vías de acceso, algunas de ellas son verdaderas trop de froce comparables a la más dura prueba en el Tour de France.

Edwin, ya más distendido, recorriendo su territorio, se expresa con libertad. Es un hombre divertido, alegre y dicharachero. Mientras conduce su destartalado Jeep, nos dice que a él lo llaman cachaco: “todos los que somos hijos de forasteros nunca dejaremos de ser cachacos. Cuando estoy en el interior me dicen costeño, pero cuando estoy aquí me llaman cachaco. Yo ya no sé ni qué soy”. Entre las pasadas décadas de los 60 y 80’s hubo una migración desde el interior del país hacia la Sierra Nevada por parte de campesinos que, motivados por la bonanza cafetera, llegaron en búsqueda de territorios idóneos para cultivar el grano. Edwin es fruto de este fenómeno. Supongo que las raíces toman generaciones en asentarse.

Edwin fue nombrado representante legal de la asociación hace un par de años, luego de que falleció el anterior representante legal, don Jairo Marciano García Núñez, quien siempre fue el valedor de la comunidad. “Uno llega con sus ideas, hay gente a las que le gustan y hay quienes no”, nos dice.

Su meta es consolidar el cultivo de apiarios en la región para así polinizar con mayor efectividad los cultivos y, además, aumentar la producción de miel y sus derivados para lograr productos certificados. Por otro lado, y como problema básico a solucionar, no cuentan con una red de distribución consolidada para evitar al máximo el servicio de intermediarios y aumentar los ingresos para toda la comunidad.

Siento en Edwin a un hombre orgulloso. “yo me acuesto pensando en abejas y me levanto pensando en abejas”, enfatiza, “es así como saldremos adelante, en comunidad”, nos dice mientras arregla la dirección del Jeep que se desfondó en plena subida. “Esto es de todos los viajes, si no es una cosa es la otra”.

Las condiciones de la carretera en San Javier son tan adversas que es una constante detener el viaje por reparaciones de cualquier orden. En la imagen: Carlos Torrente, Edwin Traslaviña y Juan Carlos Ramos

San Javier es un pueblo pequeño que está atravesado por la carretera. Hay pocas casas a lado y lado del camino. Tiene uno la sensación de que allí todos se conocen y que el tiempo fluye a otro ritmo, pero tenemos poco tiempo. El encuentro local, actividad que se realiza en el territorio junto a los miembros de la comunidad para socializar e iniciar el proceso de ejecución del proyecto ganador, está programado para efectuarse en dos jornadas. Nuestras condiciones distan mucho de ser óptimas, sabemos que para entrar y salir de San Javier se requieren dos días.

Postal de San Javier

Los miembros de la comunidad llegan pasadas las ocho de la mañana. Aprovecho este tiempo para hacer el mayor número de fotografías que memoricen la importancia del acontecimiento. Hay alegría y expectativa en la veintena de asistentes al evento.

Son rostros fuertes, curtidos por el sol. Cada una de las arrugas de su piel develan la experiencia de labrar la tierra, de enfrentar las sequías, de hacer frente a la vida dura en el campo, siempre inclemente y variable.

Uniendo lazos de conocimiento. Miembros de la asociación Apisierra junto con los representantes del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación

Aprovecho para conversar con Richard Almanza, padrino de la experiencia. Él es un asesor designado por Minciencias quien, a partir de su conocimiento técnico, asistirá a la comunidad a lo largo de la puesta en marcha del proceso. Subraya la importancia de las abejas, “sin ellas no sobreviviremos”. Toda iniciativa que conlleve a la conservación de las mismas le apasiona. Es consciente de la importancia que tiene para la comunidad generar una producción estable de miel que aporte a la economía local, pero ante todo destaca la importancia de sostener procesos de conservación.

Richard se despide, la comunidad necesita todo su saber. Ya es más de media mañana y quiero conocer la experiencia en campo.

Richard Almanza, padrino de la experiencia Apisierra

 Conocer el territorio

Paisaje en la Sierra Nevada

Camino tratando de seguir el paso de Luis Carlos Bedoya, un campesino de la región quien tiene la tarea de enseñarme algunos de los apiarios que la asociación tiene en el territorio. El paisaje es conmovedor: las nubes, a paso imperceptible, invaden la montaña, el verde da paso al blanco.

Él es tranquilo y discreto, me cuesta entrar en conversación, no porque sea parco, siento que se trata más bien de la intimidación que causamos los citadinos en la gente del campo. Es un hombre formado en la tierra, conoce de abejas más que nadie, sabe cómo tratarlas y resguardarlas, conoce el clima, sabe cultivar, es creativo y soluciona problemas de la vida diaria con las herramientas a su alrededor.

Luis Carlos Bedoya, agricultor y apicultor

Nos adentramos a senderos perdidos en las montañas. Se me dificulta caminar y hacer fotos, el traje de protección de abejas no me deja ver por donde camino y tengo miedo de caer, pero a pesar de las dificultades, llegamos a los apiarios: bellas cajitas organizadas con delicadeza y cariño que contienen todo un universo en su interior. Luis Carlos, con la delicadeza que le caracteriza, abre para mí una de las cajas de donde emergen cientos de abejas que se van contra mí. El zumbido me aturde. Tengo miedo. Luis Carlos ríe de mi torpeza.

Apiarios pertenecientes a la asociación Apisierra

Así, me va contando de a pocos su historia y la de su comunidad: él no hace parte de la asociación, pero apoya a su padre en todas las tareas de mantenimiento de las abejas. Tiene un pequeño terreno en donde cultiva café. Las ganancias de la cosecha, sumadas a las que obtiene por la producción de miel, le ayudan a sacar adelante a su familia, sin muchos lujos, pero sí con lo suficiente para tener una vida digna.

-Las abejas hacen parte de todo, me dice -no solo porque nos ayudan a polinizar los cultivos y nos dan de comer, sino porque nos ayudan a conservar nuestras tierras.

Es en este momento cuando entiendo en su totalidad la importancia del proyecto que adelanta la comunidad de San Javier: no solo se trata de una iniciativa para mejorar la producción de café y tener mayores ingresos por la comercialización de la miel producto de la iniciativa; lo que en esencia buscan estos hombres y mujeres, además de los beneficios por una mejor productividad, es encontrar un equilibrio de subsistencia junto con el medio ambiente del que ellos son conscientes hacen parte. Esto es ciencia. Esto es apropiación del conocimiento en el territorio.

Iniciativas y personas que trabajan en comunidad, utilizando y salvaguardando recursos naturales, habrá muchas, pero las propuestas que logran consolidar sus planes y sacar adelante sus proyectos con la ayuda de aliados, no son tantas. Colombia necesita aumentar los canales de oportunidad y los cambios de mentalidad para transformar aún más realidades.

 El regreso

A la salida de San Javier, en la Sierra Nevada

De nuevo en la carretera y, aún cuando ya conocemos el camino, no por ello deja de ser insoportable. Reímos y ponemos buena cara a la fatiga. Aprovecho para hablar nuevamente con Edwin quien me cuenta detalles de su pasado, su familia, muchos trabajos que ha hecho, proyectos de todo tipo que marchan durante una temporada y luego se marchitan.

Me cuenta por los planes a futuro: con el premio de A Ciencia Cierta, la asociación buscará crear más apiarios, y consolidar los procesos de producción de miel para lograr certificaciones de calidad de la miel y, además, generar dinámicas de educación con los niños de la comunidad. “Quiero que conozcan sobre las abejas y que amen su tierra”, nos dice. Habla con alegría e ilusión, intuyo que, en lo más íntimo de su ser, Edwin desea, como nunca antes deseó nada, consolidar este proyecto para que perdure, hacer parte de algo y liderar una propuesta que lo ayude a él, a su familia y a su comunidad. Este hombre, pienso para mí, es como una abejita, desde que despierta labora por su colmena, sin descanso, construyendo el futuro.

Edwin Traslaviña, representante legal de Apisierra

Antes del vuelo tenemos algo de tiempo y, junto con mis compañeros de trabajo, vamos al mar. Soy afortunado, pienso mientras recorro la playa. Supongo que Juan Carlos y Carlos también deben estar satisfechos: nos queda el calor humano de las personas con las que compartimos, experimentar y comprender la ciencia en las regiones y el hacer parte de un proyecto que construye país. Escucho que Juan Carlos que me llama. Edwin ha vuelto y nos trae unas botellas de miel, “para que se lleven algo de la Sierra”, nos dice. Colombia y yo nos llevamos muchísimo más.

Esta crónica fue escrita por Julio Barrera Moreno. Julio realiza imágenes porque a través del lente de su cámara, no sólo puede registrar y retratar el mundo, sino además, acercarse a diferentes realidades.

La crónica contó con el apoyo de Carlos Torrente, profesional de acompañamiento y asesor delegado para apoyar la experiencia de Apisierra 2020.